Mi lienzo es mi casa: MoDULoW Graffiti
No hacía más de unas
horas que me había despertado exaltado, agitado, palpitante... Aún
borboteaban en mi mente las últimas escenas de la pesadilla y,
sudoroso, yacía sobre un manto de sábanas alborotadas. Ahora es
cuando lo tuve claro.
Un impulso irrefrenable hizo que me vistiese
rápidamente. Busqué en el fondo del armario un jersey y un
pantalón viejos Me los puse a toda prisa, como si algo o alguien no
me fuera a esperar.
Hace ya un tiempo guardé
los aerosoles en una caja, en el trastero, pensando que ya no los
volvería a usar. Pero hoy los necesitaba; si no lo hacía, me
arrepentiría toda la vida.
Los cargué en el maletero del coche,
junto con los guantes y la mascarilla para gases del tipo FFP2.
Arranqué y me dirigí hacia donde aquel impulso me arrastraba.
Ahora me encontraba ya
frente a él. Siempre lo había visto perfecto, ideal, con las
proporciones adecuadas, conjuntado con el entorno, casi camuflado.
Pero siempre había creído que había algo que no encajaba y hasta
hoy no había sabido qué era.
Hasta ahora no había sido
capaz de darme cuenta de que la fachada de mi MoDULoW era un lienzo
en blanco que me llamaba cada vez que lo veía, que permanecía a la
espera de que fuese capaz de verlo.
Como un poseso, comencé a
marcar las líneas principales con el spray negro y empecé a
rellenar los espacios con degradados o colores sólidos, enmascarando
o recargando unas zonas más que otras.
El día se me hizo mucho
más corto de lo que debería. Era casi de noche cuando terminaba
los últimos detalles a la luz de los faros del coche. Me alejé
unos cuantos metros para apreciar el conjunto al completo. Allí
estaba aquello que con lo que había soñado una noche tras otra, sin
darme cuenta, desde la del día en que instalamos el MoDULoW en la
parcela a la que acudíamos cada fin de semana, hasta que un día,
sin saber muy bien la razón, dejamos de ir.
Ahora sé que fue debido a
que no podría contener mis impulsos de llenar de color esas fachadas
impolutas, casi perfectas, tanto que me hacían daño sin percatarme
de ello. Me deslumbraba su vacío, su lisura, su extensión sin
mancha alguna, llegando incluso a alterar mi estado de ánimo.
Pero para un grafitero
empedernido como yo aquello era un pecado. ¡Ahora sí sentía que
me pertenecía, que lo había hecho mío!